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Mi declaración sobre la guerra Israel-Hamas

Viví en Israel por poco más de seis meses, durante mis primeros años de juventud, como estudiante de post grado en una pequeña ciudad científica, entre Jerusalén y Tel-Aviv.

Desde aquellos lejanos tiempos, empecé a desarrollar una especial admiración por el laborioso pueblo judío y una profunda compasión por el sufrido pueblo palestino, ambos co-habitantes de aquellas tierras ancestrales, cargadas de atavismo secular y leyendas religiosas.

Si alguien me pidiera tomar partido en este conflicto, preferiría preservarme como mediador, en búsqueda de alguna fórmula salvadora para lo que pueda quedar de humanidad y reconciliación espiritual en medio de tanto estropicio.

Sin embargo, me sale de las entrañas expresar este desahogo irrefrenable.
El reciente ataque de HAMAS contra Israel no fue un simple acto terrorista; fue un incalificable acto de desprecio a la humanidad, cuyos seguros efectos y probables consecuencias eran totalmente previsibles para los perpetradores. Cuando una acción terrorista está amparada en fines patrióticos o de reivindicación de derechos conculcados, subyace una fuente de moral en quienes la ejecutan, pero en el caso de este ataque, artero y despiadado, no ha sobrevivido un ápice de moral en la causa de los perpetradores.

Mi corazón y mis pensamientos de solidaridad y condolencias están con las víctimas inocentes a ambos lados del muro de Gaza. Que Yahveh, Alá y todos los dioses de todas las religiones intercedan por la paz y la reconciliación en tierra santa.

JG

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