Todos los partidos políticos están en el deber y la obligación, de hacer un estudio profundo sobre la abstención electoral. La mayoría silente habla con sus miedos y su desesperanza
Ya lejos de las pasiones propiamente dichas para el día de votaciones, lo normal en instituciones democráticas es verificar porque la gente dejó de votar. En el partidismo hay imposiciones, no florecimiento de la democracia.
Sin darle muchas vueltas al tema, dejó de votar la mayoría silente, los que no tienen banderías partidistas, los que se ilusionan, o desilusionan, en una campaña electoral donde se ponen a secar los trapos sucios.
En la reciente campaña electoral se jugó con la guerra sucia y exhibición de pestilencias. Todos, como en fuente ovejuna, lo hicieron, aunque no con propósitos tan nobles como lo del romancero español.
Si hay que destacar la militancia jugó un papel estelar en los comicios evitando los enfrentamientos directos, el tiradero de sillas, o los disparos manipulados en forma indiscriminada. Ahora hay que hacer balance de que se dio una demostración de civismo en cuanto a la violencia.
Pero una cosa es el militante y otra la mayoría silente, que esconde por quien votó hasta a sus familiares y amigos más cercanos. El no tener filiación política obliga a que si no se motiva, la abstención aumentará en forma desproporcionada.
Ahora, es una locura atreverse a disponer que el voto sea obligatorio. Y mucho menos que será penalizado el que no participe en los comicios. Es más, se debería poner un recuadro que diga no voto por nadie.
Que nadie se lleve a engaño. Ahora mismo se plantea que el voto es obligatorio, pero abstenerse no está penalizado. Por tanto, equivale a que no se persigue quien deje de votar. Si usted se aleja por conciencia, bien, si se aleja porque ningún candidato le interesa, bien.
Absolutamente nadie puede obligar a un ciudadano a hacer lo que no quiere. Se violaría la Constitución si se obliga y penaliza al que deja de votar en las elecciones. Hoy tendrían que ir a juicio la mitad de los dominicanos, y ello no es posible.
Al ciudadano que no desea votar hay que darle las mismas consideraciones del que airea su favorito. La mayoría de la población no milita ni le interesan los partidos políticos, por lo que se le debe dar la potestad de dar forma a su destino. ¡Ay!, se me acabó la tinta