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El espectáculo de la guerra

Asistimos a una época en la que la ficción se confunde con la realidad, y la realidad ya no se conoce objetivamente en toda su amplitud. Hay tantas verdades como personas opinan sobre un hecho. Al mismo tiempo, se tiende una gran cortina de humo que cubre de incertidumbre e interrogantes los acontecimientos.

Las guerras han pasado a percibirse como un acontecimiento normal, como si fueran películas para pasar el rato. Las pantallas de las grandes cadenas de televisión muestran aviones lanzando bombas sobre territorios donde habitan hombres, mujeres y niños, provocando muertes y dolor. Luego aparecen los estrategas militares justificando estas acciones como parte de una estrategia fría, concebida en salas seguras y herméticas donde no se oyen ni los cantos de las aves.

Los búnkeres protegen a quienes desatan las guerras, mientras las poblaciones desprotegidas viven a merced de ataques despiadados, lanzados por quienes se han arrogado el derecho supremo de disponer de vidas humanas como si fueran los dueños y señores del mundo.

Lo que ocurre en la Franja de Gaza —las terribles escenas de muertes masivas— transcurre ante la total indiferencia de los países que se proclaman estandartes de la civilización, la libertad y la democracia. El mundo ha perdido la capacidad de asombro y de respuesta ante la barbarie. Todos hemos pasado a ser espectadores pasivos del gran espectáculo de la guerra.

Podemos citar al recientemente fallecido Vargas Llosa, en su libro La civilización del espectáculo, donde afirma:

“Asimismo, su afirmación de que, en un medio en el que la vida ha dejado de ser vivida para ser solo representada, se vive por procuración, como los actores la vida fingida que encarnan en un escenario o en una pantalla.”

  También podemos recordar a Albert Camus:

“Los espectadores no tienen memoria; por esto tampoco tienen remordimientos ni verdadera conciencia.”

Así hemos llegado a ver los acontecimientos de la guerra: como un espectador sin memoria ni conciencia, lo cual es profundamente lamentable. Hemos caído en un estado inferior, en el que se ha desvalorizado la vida y se ha perdido el respeto por la dignidad humana.

No solo mueren hombres, mujeres y niños bajo las armas de los poderosos. También el mundo entero sufre las repercusiones morales de unos nuevos valores que embotan la conciencia. Se pierde la empatía frente al dolor ajeno. Todo parece reducirse a la nada, y lo que ocurre en las guerras se percibe como una mera representación de actores filmando una película, mientras el resto de la humanidad come palomitas frente a las pantallas, viendo las masacres inhumanas en Gaza, en Ucrania, o cualquier día, en un lugar indeterminado del planeta.

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